lunes, 20 de diciembre de 2010

Aquella necesidad de ser valientes

"La cobardía es asunto
de los hombres, no de los amantes.
Los amores cobardes no llegan a amores,
ni a historias, se quedan allí.
Ni el recuerdo los puede salvar,
ni el mejor orador conjugar."
Silvio Rodríguez


Somos cobardes. Nos falta valentía. Mucha valentía. Valentía para poder reconocer que le tememos a la soledad, que queremos (y necesitamos) cariño, besos, abrazos, una llamada para saber que están pensando en nosotros. Nos falta valentía para entregarnos, para echarnos al hombro la responsabilidad de sembrar y fortalecer un vínculo, para resolver problemas y que romper no sea la primera opción.

Somos más que cobardes. Somos cobardes y cínicos. Tenemos el descaro de criticar y hasta ridiculizar a los que sí tienen las agallas para decir que sí, que quieren cariño y que están dispuestos a darlo. Nos resulta más sencillo mirarnos al espejo y sentir que somos autosuficientes, que la soledad es un estado de gracia que permite hacer todo cuanto nos de la gana. Nos falta valentía para abrirnos a las posibilidades, para aprender de las diferencias, para negociar y encontrar puntos de encuentro. Dar el brazo a torcer no es falta de carácter. Es reconocer que los intereses del otro también valen, y a partir de las diferencias encontrar nuevos escenarios. Pero no... resulta más cómodo decir que no.

Hacia dónde vamos entonces los que nos atrevemos a algo más?

Desde que nacemos, los hombres gay vivimos llenos de temores. Le tememos a ser diferentes, le tememos a ser descubiertos, le tememos al rechazo. Por qué, entonces, no zafarnos de esas ataduras y dar un paso más allá?

Sé, porque lo he vivido, que la incertidumbre es algo que a muchos nos frena. Pero siempre será mejor vivir con la satisfacción de haberlo dado todo y haberlo hecho bien, que con la duda de qué habría pasado si hubiéramos dicho una palabra tierna o regalado un abrazo.

Sí, somos muy cobardes. Sería mejor que fuera más sencillo. Sería mucho mejor ir a dormir sin dudas rondándonos la mente.

Pero hay que ser valiente. Valiente y paciente, en realidad. Porque sé que este asunto del amor también es de paciencia. Me cuesta ser paciente, el cariño me desborda el corazón, la ternura no me deja mantener las manos quietas y no hago más que buscar aquel contacto sutil que dice más que las palabras. Me cuesta ser paciente porque el cuerpo me reclama el abrigo de un abrazo.

Qué graciosos, qué ilusos somos los seres humanos a veces! Construímos mundos a partir de vagas ilusiones. Pero la vida es triste si la vivimos sin una ilusión, dice una de las canciones que marcaron mi infancia. Tal vez por eso y por tanto afecto acumulado que me brota por cada poro, es que estoy aquí, mirando la noche sobre este valle inmenso, soñando con volver a usar otra vez la armadura y pelear mil batallas de la mano de alguien más.

Y así no sentir más miedo...

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